“Un hombre del pueblo de Negua, en la costa de Colombia pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde allá arriba la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos. El mundo es eso – reveló.
Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales.
Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores.
Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco,
que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman;
pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear,
y quien se acerca, se enciende. “
A todos nos viene al cuerpo esa persona que rebosó tanta energía que nos puso “en marcha”. Ese profesor que nos emocionó con sus clases, ese compañero que nos entusiasmó con sus sueños, ese abuelito que nos envolvió con sus historias. Personas que si nos paramos a pensar han llenado nuestra vida con sus fuegos ardientes.
Esas personas movilizaron en nosotros la energía necesaria para alcanzar nuestras metas y sueños, nos enseñaron a vivir con plenitud, disfrutando de cada momento y cada compañía; personas que nos acompañaron en las caídas, personas que nos señalaron como saltar cada obstáculo.
Que importante es rodearnos de estas personas, que nos ayudan a ser mejor, a brillar con luz propia, a sacar lo mejor de nosotros, que nos dan fuerza para arder, deslumbrar.
Establecer vínculos afectivos que nos empujen a SER, a mirarnos por dentro, a aceptarnos tal como somos, aunque existan diferencias entre cada uno de nosotros, el mundo necesita de esas pequeñas luces diferentes, permite brillar, permítete brillar.
Aída Beneyto.
Equipo Edi Psicólogos