«Mis amigos me dicen que soy muy agresivo pero me lo dicen a gritos»
(J. Perich)
Con frecuencia los adultos consideramos que los niños/as que se dejan llevar por un comportamiento espontáneo, directo, sin control y atacando al mundo sin reprimirse, son agresivos.
Normalmente este tipo de niños/as son inquietos, actúan impulsivamente, a veces golpean a otros sin razones aparentes, son desobedientes, hablan fuerte, interrumpen a menudo, molestan y provocan a los otros/as. A los adultos nos desagradan este tipo de conductas en los/las niños/as porque… rompen la marcha de la clase, no siguen de manera armoniosa y en silencio las normas que nosotros/as queremos que sigan, rebaten nuestras decisiones, … Tienden a romper la situación social en la que nos sentimos más cómodos en nuestra cultura.
Para poder entender y actuar en estos comportamientos debemos tener en cuenta la «doble moral» de esta etiqueta. Por ejemplo, rara vez se castiga a un adulto por interrumpir a un niño/a. Cuando un niño/a es llamado/a «agresivo», «desobediente» o «maleducado» debemos ser conscientes que estamos haciendo un juicio, muchas veces, contradictorio al que nos hacemos a nosotros/as los/las adultos/as.
Estos niños/as que presentan conductas agresivas, con frecuencia solo están expresando su ENFADO. Esta emoción puede esconder sentimientos de IRA, BAJA AUTOESTIMA, INSEGURIDAD y ANGUSTIA, no «vistos» ni gestionados.
¿Cómo miramos a estos niños/as? Normalmente nuestra mirada de adultos pone el foco en las conductas «observables» y no en la maraña emocional en la que se encuentran. Pero solo si vemos más allá seremos capaces de abordar la problemática de manera efectiva. Solo así nuestros niños/as podrán «ver» y gestionar esas emociones encubiertas y comportarse de otra manera.
Este tipo de niños/as carecen de la capacidad para enfrentarse a un medio que los enfurece y atemoriza. No saben cómo manejar los sentimientos generados en su interior por ese medio hostil. y así cuando «agrede» lo hace porque no sabe que otra cosa puede hacer.
Con frecuencia las quejas de los adultos respecto a estos niños/as vienen a confirmar esta incapacidad para mirar más allá, lo que hace que aumente su FRUSTRACIÓN y aumenten los comportamientos agresivos y desobedientes.
Por lo que las actuaciones de adultos, padres/madres y educadores para con la agresividad y desobediencia infantil deben ir dirigidas a:
- Eliminar las quejas del discurso de los adultos. Por ejemplo:
siempre me rebate todo, no me hace caso nunca, es muy desobediente, pega mucho, etc… - Centrarse en el niño/a y observar todo su comportamiento: observable y no observable.
- Enseñar al niño/a a mirar sus emociones más allá de la situación que ha provocado una conducta agresiva y desobediente. Por ejemplo: Veo que hoy no quieres ponerte el pijama, veo que estas inquieto y tienes cara de enfadado, ¿es así? ¿sabes porqué? ¿ha pasado algo hoy?
- Atender a su enfado y otras emociones «no» agradables. No centrarse solo en lo que no hace bien.
- Establecer normas y límites claros consensuados con el niño/a.
- Saber elogiar y reconocer al niño/a más allá de sus logros.
- Alentar al niño/a par que se descubra, para que pueda ver sus limitaciones y potencialidades.
- Mostrar que para poder controlar los comportamientos agresivos tenemos primero que saber cómo nos sentimos.
- Saber gestionar significa aprender distintas maneras de atender a la emoción.
- Mirarnos a nosotros/as mismo/as para poder mirar y enseñar a mirar el mundo emocional de nuestros/as hijos/as.
Raquel Bañuls
Directora y Coord. EDI Educación.
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